Testigo de la toma de Adepcoca estuvo horas temiendo recibir «un tiro»

La madrugada del lunes 20 de septiembre, David B. estuvo alrededor de ocho horas parado sobre uno de los techos del colegio Ave María, entre calaminas, que a un mínimo movimiento chirriaban, y palomas que con su gorjeo confundían a las personas con armas de fuego que desde la terraza de Adepcoca alumbraban con linternas hacia donde él estaba. Buscaban a los que habían huido de la violenta toma del mercado de la coca de Villa Fátima, que minutos antes habían iniciado cocaleros afines al MAS, ante la mirada de la Policía. Desde su escondite, David vio la toma, cómo quemaron sus pertenencias, temiendo que en cualquier momento le llegara “un tiro”.

“Los que tomaron Adepcoca llevaban armas de fuego y cuando las calaminas crujían, con una linterna buscaban hacia todos lados apuntando; las palomas hacían ruidos que los confundían y así no me veían. Estuve ahí por más de ocho horas, con miedo a que en cualquier momento me llegara un tiro”, relata el hombre de 38 años.

Prensa Libre

“Si me matan -pensaba- nadie se enteraría cómo pasó; irían a tirar mi cuerpo a cualquier lugar y ni sabrían que era yo, porque no tenía mis documentos. Pensaba en mi familia, en mis tres hijos”, añade mientras las lágrimas lo vencen.

“Vi cómo quemaron mis pocas pertenencias y la cama que me prestaron en Adepcoca. Quemaron las frazadas y mantas que me compré para abrigarme, mi ropa, documentos de identidad, los víveres que me entregaron algunas personas, mi teléfono celular y el dinero que junté para mandar a mi familia. Yo salí de la pieza en chinelas y con una polera, nada más”, continúa.

David no es un productor de coca, sino un tornero soldador procedente de Santa Cruz que en Adepcoca encontró alojamiento gratuito y la solidaridad de unos cocaleros que se hicieron sus amigos. Hoy siente por ellos mucha tristeza debido al conflicto que mantienen con el Gobierno.

“Yo no soy cocalero, pero ellos, junto a Armin Lluta, me brindaron cobijo. Llegué a La Paz y no tenía trabajo ni dónde quedarme y ellos me dieron un espacio, una cama y toda su confianza. Estoy muy triste por lo que están pasando”, dice.

Ocho horas de miedo

Unos minutos después de las 19:00 del domingo 19, David llegaba a Adepoca después de haber cenado. Casi de inmediato se acomodó en la pieza que los cocaleros de los Yungas le brindaron en la terraza de Adepcoca, el quinto piso del edificio, donde están dispuestas algunas habitaciones. Puso a cargar su celular y se acostó.

Mientras conciliaba el sueño oía las voces de las pocas personas que se quedaron a pernoctar esa noche, entre ellos dirigentes de los cocaleros de los Yungas; también oyó a su líder, Armin Lluta, cuando llegó al mercado. “Los domingos en el mercado siempre hay poca gente porque los cocaleros llegan en la madrugada del lunes. Alguien informó eso, que Armin ya había llegado”, remarca.

David se durmió hasta que una explosión y el sonido de vidrios haciéndose trizas lo despertaron. “Apenas me puse las chancletas y salí a la terraza donde ya había otros compañeros. Desde ahí se veía una multitud de personas con pasamontañas que estaban dentro de Adepcoca lanzando dinamitas. Entraron por la parte de atrás, por la cocina, no por la puerta principal. Llevaban palos, piedras y armas de fuego, escopetas, revólveres; yo vi que eran armas”, relata.

“Lo peor es que la Policía vio lo que pasaba y después de que ese grupo armado tomó el mercado, entró a gasificar, sacar a la gente que estaba durmiendo y detenerla”, afirma.

Cuenta que desde la terraza oía cómo un grupo de gente subía piso por piso explotando dinamita y arrancando gritos a la gente que encontraba a su paso. “Cuando estaban en el segundo piso corrimos y comenzamos a poner candado a las puertas del tercer y cuarto piso para que no llegaran a la terraza; éramos como siete personas”, relata.

Pero fue en vano porque el grupo llegó hasta el cuarto piso gritando: “¡Tírale para su tiro, que de una vez salgan esos co…!”. “Ahí pensé: éstos vienen a matarnos y le pedí a Dios que me iluminara. Abrieron a tiros la última puerta, ya estaban por llegar hasta donde estábamos y lo único que hicimos fue huir”, cuenta.

David recuerda que comenzó a deslizarse por un tubo de desagüe del edificio de Adepcoca hasta que sus pies tocaron unas calaminas. Estaba sobre el techo del colegio que está al lado del mercado de la coca de Villa Fátima. Se apegó a la pared y desde ahí vio cómo el grupo llegó al ambiente de donde había huido.

“¡Dónde están esos co… tírale para su tiro!, repetían. Un compañero se había encerrado en una habitación y esa gente llegó, comenzó a romper los vidrios gritándole: ‘Salí, golpista de m…, tírale de una vez’. Y le dieron el tiro, pero a la puerta y el compañero salió con las manos en alto. Lo golpearon mientras le preguntaban de qué región venía”.

El hombre se quedó agazapado en el lugar sin moverse para no hacer crujir las calaminas ni intranquilizar a las palomas que dormían en el techo. Calcula que desde que despertó por las explosiones, pasaron unos 45 minutos hasta que la gente que llegó a la terraza de Adepcoca hizo una llamada telefónica. “Pusieron el altavoz y dijeron: ‘Ya está todo listo’”, cuenta.

“Sólo pedía a Dios que amaneciera para que alguien me pudiera salvar, no sabía dónde estaba. No podía moverme y mi más grande temor era que me vieran y me dieran un tiro”, señala.

Y la madrugada llegó junto con el portero del colegio, quien llamó a la Policía para que lo ayudaran a bajar del techo. Unos uniformados hicieron ese trabajo y cuando David les contó todo lo que vio, y que la gente que tomó Adepcoca estaba armada, lo detuvieron.

Estuvo retenido hasta las 17:00 del lunes. La Policía tomó sus declaraciones y lo liberó, advirtiéndole que será convocado nuevamente a testificar. Mientras tanto el joven cruceño suplica que le devuelvan sus documentos y sus pertenencias y pide ayuda a Derechos Humanos y a la Defensoría del Pueblo.

“Aún temo por mi vida, por eso quiero suplicar a Derechos Humanos, a la Defensoría del Pueblo que me ayuden. Estoy en la calle, no tengo ni ropa para cambiarme; todo me lo quitaron, lo quemaron. Deseo de todo corazón que se apiaden de mí”, expresa.

“Los que tomaron Adepcoca tenían armas de fuego y cuando las calaminas crujían con una linterna buscaban hacia todos lados”.

Pagina Siete