«Tome mi lugar y yo voy a su curul»
El diputado oficialista llegó a la sala de redacción del periódico “Hoy” con tres hojas de papel sábana, tamaño oficio, en la mano izquierda. Ingresó con pasos del “hombre caminante” de Johnnie Walker a la oficina del Jefe de Redacción.
—El Director me dijo que publiques esta nota en la edición de mañana con llamada en la tapa —ordenó embriagado de poder y puso en el escritorio del periodista sus tres hojas escritas a máquina.
El Jefe de Redacción se levantó de su silla giratoria e invitó al diputado a cambiar de roles.
—Tome mi lugar y yo voy a su curul; usted hace lo que yo hago y yo hago lo que usted no hace —le dijo con el aplomo del periodista Mikael Blomkvist, personaje de la película: La chica con el tatuaje de dragón, inspirada en la Trilogía Millennium, del sueco Stieg Larsson.
La mueca del diputado reflejó que no esperaba esa respuesta. Recogió sus tres hojas de papel y se dirigió a la oficina del Director. Nunca más volvió.
Ese día, cuando comenzaba la última década del siglo pasado y empezaba mi carrera periodística, vi por primera vez en vivo y directo la confrontación entre el poder de la palabra y la palabra del poder.
Minutos después, el periodista salió de su oficina y nos contó lo sucedido.
—Ese diputado quería que publiquemos en el periódico la entrevista en la que él mismo se hace las preguntas, la que él mismo escribió y en la que él mismo puso su titular. Quería que nuestros lectores lean esa falsedad.
Aquel periodista era mi jefe de redacción, se llamaba José Arturo Siles. Hoy lo recuerdo para rendir homenaje a todos los periodistas que, en el último tiempo, desmontaron la mentira “golpe de Estado”, demostrando que hubo fraude en las elecciones de 2019.
Los periodistas entienden que “la prensa está para servir a los gobernados, no a los gobernantes”, como argumentó Hugo Black, juez de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, en el caso en el que el Estado demandó al diario Washington Post para ocultar al pueblo las mentiras que el Gobierno había difundido sobre el estado de la guerra en Vietnam.
Los medios de comunicación donde trabajan son grandes y creíbles no porque tienen sostenibilidad económica, sino porque tienen sostenibilidad política y sostenibilidad moral. Pues, un medio de comunicación puede tener mucho dinero, pero poca incidencia. El dinero no sostiene la credibilidad de un medio. En más de 25 años, vi al menos una decena de medios que se hundieron por ponerse al servicio del partido de turno en el poder.
—La credibilidad de un medio se sostiene en la credibilidad de sus periodistas— me dijo, en Bogotá, Javier Darío Restrepo.
Desde esta perspectiva, los periodistas tienen dos frentes: uno, interno, donde pelean para que el medio en el que laboran no termine siendo como Il Popolo d’Italia, de Benito Mussolini; dos, externo, donde luchan para evitar que un Hitler controle los medios e impida a sus colegas y a otras voces críticas ejercer su trabajo en los términos establecidos en los códigos de ética y la Constitución.
Los periodistas saben que la libertad de expresión, en todas sus manifestaciones, es un requisito indispensable para la existencia misma de una sociedad democrática. Están convencidos que la calidad de la información es esencial para la calidad de la democracia. Conocen que la calidad de la información depende de la diversidad de fuentes, de la pluralidad de voces, de la proximidad de éstas a la realidad y de su lejanía de la consigna.
En consecuencia, denuncian por igual a la tiranía de derecha o de izquierda. Saben que un político con poder no es bueno porque profesa su ideología y malo porque es contrario a su pensamiento, sino por sus acciones y sus valores para exigir una oposición con ideas democráticas y por sus antivalores que buscan aniquilar a sus adversarios.
Los periodistas son descalificados por el gobierno de turno y atacados desde frentes antidemocráticos por actores sociopolíticos que al verse incapaces de destruir el contenido de la información difundida, se trazan como objetivo destruir al productor de la información creyendo que de ese modo anularán la credibilidad del mensajero. El ataque de un político de reducida credibilidad aumenta la credibilidad del atacado.
—Ustedes no repiten lo que el gonismo quiere que los periodistas repitan, como está pasando ahorita con otros medios; ustedes dicen lo que nosotros, sus oyentes, estamos sintiendo y experimentando en este momento— nos dijo un oyente de Educación Radiofónica de Bolivia vía teléfono fijo, los días de la masacre de octubre de 2003, en El Alto, hecho que los periodistas de Erbol cubrieron las 24 horas durante una semana.
El periodista no es un ángel sin sexo. Tiene una posición política y está claramente establecida en sus códigos de ética: la defensa de la democracia.
Andrés Gómez Vela es periodista.