
Demanda interna y bonanza del consumo: ¿por buen camino? (parte 3)
Más allá de los cuestionamientos a la calidad del PIB como indicador de bienestar, el análisis realizado a las magnitudes, al comportamiento de sus estructuras y, naturalmente, a las tasas de crecimiento del PIB y de sus componentes, reflejan los efectos reales de las políticas sobre la gente, más allá del discurso que acompaña a las políticas. Como las identidades contables básicas (las estructuras del ingreso y del gasto del PIB), son “verdades por definición” (verdades axiomáticas), no están abiertas a debates teóricos, evitando la complejidad –y subjetividad, de debates políticos y académicos afincados en cifras o teorías.
El comportamiento del PIB reflejado en las tendencias de las cuentas de ingreso y consumo, sugiere que, bajo el MESCP, el crecimiento se sustenta en la inversión pública y la exportación de materias primas, por el lado del consumo, y en la presión tributaria por el lado del ingreso. Como inferencia tentativa adicional, por la naturaleza regresiva de los impuestos en Bolivia, la mayor presión fiscal redujo, tanto la participación de las remuneraciones en la distribución del ingreso, como su poder adquisitivo porque los impuestos inflan el precio final de los productos; ambos efectos aportarían a la caída del consumo efectivo de los hogares.
En general, del comportamiento de las cuentas de consumo (gasto) y sus incidencias en la tasa del crecimiento, se debería poder inferir vínculos con factores como precios internacionales, exportaciones netas, los términos de intercambio, y otros que, a su vez, se vinculan a la política monetaria, al tipo de cambio, los déficit comercial y fiscal, etc.; inversamente, la forma bajo la que la economía nacional se inserta en los mercados mundiales, incide en la calidad social del crecimiento.
Por ejemplo, como la producción requiere necesariamente de una demanda suficiente que la pueda absorber, el crecimiento de la capacidad productiva necesita de la existencia de idóneos mecanismos de distribución del ingreso que aseguren a los hogares (trabajadores) la capacidad de consumo compatible con la capacidad del aparato productivo. En consecuencia, la calidad del empleo vinculado a la generación de valor agregado es la condición necesaria para un crecimiento con desarrollo.
Pero si el factor dominante del crecimiento son exportaciones de materias primas obtenidas con procesos mecanizados (intensivos en capital, poco generadores de empleo) que, además, dan al Estado (o a los otros actores económicos) la capacidad de importar los bienes necesarios para satisfacer las demandas internas, el crecimiento resultante conducirá a una economía que, al privilegiar las rentas mercantiles sobre la diversificación productiva (que agrega valor y genera empleo), solo concentrará la riqueza, acentuando la pobreza y la desigualdad.
¿Cómo califica nuestro crecimiento por la estructura de la demanda interna?
Los aportes de la demanda (consumo), la inversión y el comercio
Al analizar el crecimiento de la economía a partir de la demanda (el consumo), se distinguen tres componentes: la “demanda global interna” (DGI) que incluye el consumo interno (suma del consumo del gobierno y el de los hogares) más las inversiones (“formación de capital fijo”); las exportaciones, la demanda externa por bienes producidos en Bolivia; y las importaciones, el valor del consumo interno que ha sido producido en el exterior. La diferencia entre el valor de las exportaciones menos el valor de las importaciones, son las “exportaciones netas” (Xn), de manera que, el PIB, es la suma de la DGI más las exportaciones netas.
El crecimiento de cada componente “incide” en el crecimiento del PIB en proporción a la importancia que la política económica asigna al componente. Por la forma como se calculan, el crecimiento del PIB es la suma de las incidencias de los componentes.
Entre 1990 y 2005, el crecimiento promedio del PIB fue 3,56%, resultado de un crecimiento de 3,40% en la Demanda Global Interna, más 0,16% por exportaciones netas (saldo comercial positivo). A su vez, al crecimiento de la DGI (3,40%), incidieron el crecimiento en gasto del gobierno (0,39%), el del consumo de los hogares (2,31%), y el de las inversiones (0,70%) (Figura 1).
Entre 2006-19, el crecimiento promedio fue 1,1pp (puntos porcentuales) más que en 1990-05 alcanzando a 4,67%. Según los voceros oficiales, el crecimiento mayor se debe a la prioridad que el modelo económico asigna a la demanda interna. En efecto, la incidencia del consumo de los hogares pasó de 2,31% a 3,22% (un aumento de 40%), la del consumo del gobierno pasa de 0,39% a 0,57% (un 50% más), y la de las inversiones (FBKF) aumentó de 0,70% a 1,50%, más de 120% respecto a su incidencia en 1990-05. Pero a diferencia del período inicial en el que el saldo comercial fue positivo, en 2006-19 la incidencia de las exportaciones netas es negativa (-0,62%) porque las importaciones superan a las exportaciones.
¿Cómo esperaríamos que, el cambio en estas dos tendencias, afecten a las personas?
Primero, con menos exportaciones, las recaudaciones fiscales (p.e., IDH) se reducen y afectaría también el excedente empresarial (menor utilidad en YPFB), reduciendo los ingresos. Segundo, mayor importación de bienes de consumo absorbe más del ingreso disponible (del gobierno y de los hogares), lo que desplaza a bienes producidos internamente.
En estas condiciones, si la inversión no está directamente orientada a aumentar la capacidad del aparato productivo a corto plazo, el menor consumo de productos nacionales limita el empleo y la remuneración al trabajo, baja su capacidad de consumo, reduce el excedente empresarial y la recaudación de impuestos asociados a la producción y venta de los productos. De no mediar otros factores, el crecimiento sería solo un “crecimiento contable” porque, el mayor nivel de inversiones sube la incidencia de la DGI, pero no se traduce en generación de valor, de empleo y de capacidad de consumo.
Éste parece ser el caso desde 2006: el valor de las importaciones respecto al consumo total aumenta 13,2 pp: del 31,2% al 44,4%; en relación al consumo de los hogares, las importaciones pasan del 37% al 55%, un aumento de 18 pp. El significativo avance de las importaciones sobre la producción nacional tendría que estar vinculado a las pérdidas en la cantidad y la calidad del empleo que muestran las estadísticas: la informalidad y la precariedad del empleo pasaron de un 60% en 2005 a casi el 85% en la actualidad.
Los “daños colaterales” del estilo de crecimiento
Finalmente, de una lista mayor que construiremos en las sucesivas entregas, mencionamos dos efectos dañinos para la calidad social del crecimiento que destacan en los esquemas hasta aquí analizados: el contrabando y la presión fiscal.
La realidad cotidiana de las personas es consecuencia de la orientación de las políticas, pero lo es también del marco en el que se aplican esas políticas. Como ejemplo específico, en Bolivia las importaciones tienen un impacto mucho mayor que en economías “formales”; su negativa incidencia en el aparato productivo es mayor porque el valor real de las importaciones está ampliamente subvalorado en las cuentas nacionales, que solo registran las procesadas a través de la Aduana Nacional (Figura 2).
Se estima que el valor de bienes de consumo que ingresan vía contrabando podría llegar a tres mil millones de dólares, duplicando fácilmente importaciones legales de estos bienes. Esta oferta ilegal, como analizamos posteriormente, además de anular el beneficio potencial que los “bonos” podrían tener para dinamizar la demanda a la producción nacional, sería la causa para que, entre 2006 y 2019, el 85% del 1,100,000 personas que se sumaron a la población ocupada, lo hicieran como “cuenta-propistas”, mayormente informales dedicados al comercio.
Estrechamente vinculada a lo anterior, la presión fiscal orientada únicamente por metas de recaudación, reduce la participación de la remuneración al trabajo en la distribución del ingreso; pero la reducción del ingreso laboral se traduce en menor consumo de los hogares en un grado mayor de lo que sugieren las cuentas del ingreso. Por el método de cálculo que el INE emplea, el PIB se calcula directamente a partir del consumo interno, inversiones y el comercio internacional; de este total resta las recaudaciones tributarias registradas, y el total de las planillas laborales de pago. Por diferencia, calcula el valor del Excedente Bruto Empresarial (EBE = PIB – IMP – REM) (Figura 3).
En consecuencia, el excedente empresarial estimado es “libre de impuestos”. Pero como los impuestos son mayormente indirectos –los paga el consumidor final, la capacidad de consumo de la gente está afectada, primero, por la menor participación de las remuneraciones en el ingreso nacional y, segundo, porque de ese (menor) ingreso laboral, los asalariados (y autoempleados) aún deben pagar todos los impuestos recaudados en el mercado interno.
Como resultado, los impuestos son parte cada vez mayor del ingreso nacional, y su magnitud pasó de ser el equivalente del 38% de la remuneración total a los trabajadores como promedio entre 1991-2005, al 80% entre 2006-2015. Esta es la proporción más alta de recaudaciones tributarias respecto a la remuneración al trabajo en América Latina, por lo que el ingreso neto disponible de los asalariados bolivianos –su capacidad efectiva de consumo, es mucho menor, reduciendo aún más el mercado interno y su capacidad base para diversificar la producción con creación de oportunidades de empleo.
De no mediar otros factores, el crecimiento sería solo un “crecimiento contable” porque, el mayor nivel de inversiones sube la incidencia de la DGI, pero no se traduce en generación de valor…
Los impuestos son parte cada vez mayor del ingreso nacional, y su magnitud pasó de ser el equivalente del 38% de la remuneración total a los trabajadores como promedio entre 1991-2005, al 80% entre 2006-2015.
Comentarios al artículo: “Demanda interna y bonanza del consumo: ¿por buen camino?”
Una hipótesis que probar con metodología robusta
El artículo toca un tema central del modelo económico boliviano: la demanda interna. Se cuestiona su consistencia con el crecimiento desde la distribución del ingreso y el empleo.
Empero, desde la vigencia del MESCP la propensión media a importar aumentó -pero por su estructura- no rivaliza con la oferta de bienes locales que son intensivos en mano de obra ni contra el consumo final; por tanto, su expansión no pudo menguar el empleo ni el ingreso disponible de los hogares. Las exportaciones decrecen, pero no en promedio por lo que elevan el ingreso disponible, no la reduce. La menor participación relativa del consumo en la estructura de la demanda agregada no se debe a una caída del consumo sino a un rebalanceo de la inversión cuyo efecto sobre el ingreso y empleo se subestima.
A pesar de ser un esfuerzo bastante riguroso y novedoso, no es evidente que la expansión de la demanda interna haya menoscabado el consumo de bienes locales, reducido el ingreso disponible y contraído el empleo formal. Su autor tiene el desafío de probar esta hipótesis con una metodología más robusta.
Crecimiento económico no
es equivalente a desarrollo
Pasaron casi dos décadas (16 años) desde que el país fue seducido por una nueva visión estatal (Proceso de Cambio). El tiempo se encargó de desnudar la fragilidad e insostenibilidad de un modelo (MESCP) cortoplacista, basado en recetas arcaicas del siglo pasado, sustentado por el rudimentario modelo primario exportador, una fuerte apuesta al consumo y los precios internacionales de los “commodities”.
La retórica oficialista, en base a datos macroeconómicos convenientemente seleccionados, proyecta un país en apariencia exitoso en su desempeño económico que permite a los padres del modelo ufanarse de un éxito sin parangón. Empero, el artículo nos muestra datos que ameritan darnos un baño de realidad para precisar que, crecimiento económico no es necesariamente equivalente a desarrollo. En este sentido, en materia de políticas sociales estamos en los últimos puestos en Latinoamérica, basta ver nuestra posición en los rankings internacionales en salud y educación. Y ni qué decir de la calidad del empleo, la tasa de informalidad más alta de Latinoamérica (84%), la producción nacional en constante agonía y los niveles de productividad escasos, incidiendo directamente en la exigua competitividad. ¿Vamos por buen camino? No se trata de ser ave de mal agüero, simplemente entender que todos estos años nos vendieron el crecimiento económico como la mejor credencial, pero no nos contaron su incidencia en el desarrollo, que era el objetivo primigenio y que continúa siendo una utopía inalcanzable.
Fuente: Pagina Siete