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Cementerio Covid de Trinidad, un campo de cruces sin nombre

Luego de un día entero de lluvia, el sol brilla sobre la capital del Beni. Trinidad amanece con un cielo azul, nubes blancas y un viento frío que anuncia que las temperaturas aun no ascenderán.

A pesar del clima, pareciera que el brillo del sol no llega a todos los lugares de la ciudad, a menos de 8 kilómetros se encuentra el llamado Cementerio Covid, un pedazo de terreno en medio de un monte tupido, que fue habilitado rápidamente cuando murieron las primeras víctimas de esta pandemia.

Hasta este domingo se habían reportado de manera oficial 65 muertes por Covid-19 en la ciudad de Trinidad, sin embargo, este cementerio alberga aproximadamente 200 cruces, algunas sin nombres, otras sin fecha, algunas hundidas en la tierra parecen puestas hace muchos años.

Según el director del Sedes Beni, Jorge Gómez, varios de los fallecidos enterrados en este nuevo cementerio, murieron con síntomas, pero no se les pudo sacar la prueba, y por seguridad fueron enterrados ahí.

“Hay resultados por confirmar y cuando van llegando vamos reportando, mencionarles que hay muchos casos que están ahí por el nexo epidemiológico, que a veces por la premura o porque han sido al mismo tiempo los fallecimientos, no se ha podido tomar la muestra, pero por la sintomatología se les consideraba covid y fueron enterrados bajo el protocolo covid”, aseguró Gómez.
El cementerio está a 8 kilómetros de Trinidad, en el monte.

Este día en particular parece ser de mucha actividad para los sepultureros del nuevo cementerio, temerosos de hablar, se limitan a decir que no tienen autorización para responder preguntas. Están ocupados, hay dos fallecidos que deben ser enterrados; a uno, lo acompañan varias personas, uno de estos lleva una guitarra.

Por el otro lado, justo al frente, dos mujeres, abrazadas, llorosas, quebradas, sujetadas una de la otra, miran como un modesto ataúd de madera es puesto en el piso por los sepultureros, una pala mecánica levantará el ataúd para colocarlo en el pozo que acaba de excavar. Una de las mujeres sujeta una cruz negra de madera sin nombre y se sostiene de ella como si se fuera a caer, rompe en llanto, no suelta la cruz, la abraza con fuerza, se aferra a ella.

Uno de los sepultureros nos dice, “es el quinto que enterramos hoy”, lo hace y sigue de largo para atar al ataúd una cuerda, la pala mecánica levanta el féretro y lo coloca cuidadosamente en el pozo, entonces otro de los sepultureros les dice a las mujeres “acérquense para echar un poco de tierra”, ellas lo hacen, de rodillas ante la última morada de su ser querido, solas en medio de esa desolación, lloran mientras ven por última vez a su familiar, tierra y una cruz sin nombre, será lo único que permanezca.

El promedio de muertes en Trinidad por causas no registradas como Covid-19, han aumentado. Así lo aseguró en una entrevista previa el ex director del hospital Germán Busch, Marco Rojas.

“Antes en esta misma fecha morían 2 personas por día en emergencia del hospital Trinidad (nombre común que se le da al Germán Busch), ahora mueren entre cinco o seis personas”, aseguró Rojas, quien renunció a la dirección del hospital hace unas semanas atrás.

“Generalmente les decimos a las personas que no pueden entrar hasta el cementerio, nos dijeron que les digamos que si quieren entrar es con trajes de bioseguridad, pero si no lo tienen, entran con su propio riesgo”, dijo otro de los sepultureros, ninguno quiere dar su nombre, ninguno se anima a dar una declaración, pero después de un tiempo, ellos también hablan, también quieren contar su historia.
Muchas tumbas no tienen nombres ni fechas.

Música en medio del silencio

El hombre de la guitarra, empezó a tocar una melodía conocida, una anciana que está a su lado llora veladamente bajo el barbijo que trae puesto, se escucha la tonada del “Minero” de Savia Andina, la letra en cierta forma parece acompañar al momento.

“Sombríos días de socavón, noches de tragedia, desesperanza y desilusión se sienten en mi alma, así mi vida pasando voy, porque minero soy”, la letra se mezcla con el ruido de la excavadora, una de las personas se apega a la tumba recientemente cubierta con tierra, se agacha y deja unas velas.

“Más en la vida debo sufrir tanta ingratitud, mi gran tragedia terminará muy lejos de aquí, predestinado a vivir estoy, en el santo cielo”, dos personas más se apegan a la tumba, dejan un ramo de flores, se abrazan, la canción termina, los sollozos se escuchan velados. Poco a poco el sol de mediodía baña las cruces, los árboles sin hojas, pero un velo de tristeza ensombrece el ambiente, a lo lejos, se ve llegar una camioneta negra con un ataúd en la parte de atrás, “el sexto muerto”, dice el sepulturero.

Encomendados a Dios

Poco a poco, los cinco sepultureros hablan con menos timidez, no quieren decir sus nombres, no pueden dar declaraciones oficiales “No podemos hablar, el doctor Lázaro es el encargado”, nos dijo uno.

“¿Tengo miedo de trabajar aquí?, claro que sí, ¿Por qué acepte este trabajo?, porque necesito dinero para mantener a mi familia”, dijo otro.

“Nosotros no tenemos hora de salida, tenemos que esperar a que no haya más personas que enterrar, durante la jornada no comemos nada aquí, no podemos, tomamos agua solamente, los trajes solo se pueden usar por un día, al terminar el turno los dejamos aquí, no podemos ir a la ciudad con ellos, y además ya no se pueden volver a utilizar”, aseguró.
Los equipos de bioseguridad son cambiados cada tres días, el riesgo de exposición es alto.

Morir en Trinidad

Morir en Trinidad en estos momentos representa un calvario para los familiares. Muchos oficios esenciales no cuentan con personal, choferes de ambulancia, paramédicos, incluso los bomberos voluntarios han tenido que dejar de brindar apoyo, porque la gran mayoría presenta síntomas.

“Ruego a Dios que me proteja, todos los días, que me cuide y no permita que me enferme ni que se enferme a mi familia”, admite

otro de los sepultureros, el más afable, ya no parece tímido, e incluso -con un equipo de desinfección en mano- nos sugiere desinfectarnos antes de salir.

Según el director del Sedes Beni, entre dos o tres casos por noche no pueden ser atendidos prontamente debido a la falta de personal.

“Mi abuela murió a las tres de la mañana, recién trece horas después nos autorizaron para poder enterrarla, llamamos a todos lados y nadie vino, a la policía, a los bomberos, al hospital… pero nadie vine”, aseguró Jeancarla M. cuya abuela falleció en su domicilio sin poder recibir ayuda.

Los casos como el de ella parecen multiplicarse, los sistemas de salud demoran en responder o no lo hacen.

“Estamos esperando la aprobación del presupuesto para que podamos tener 5 centros de salud atendiendo las 24 horas, por el momento solo contamos con dos”, aseguró Charles Suárez, Secretario Municipal de Desarrollo Humano A.I.
Cinco sepulterros en el Cementerio Covid se enfrentan diariamente a la muerte; los entierros son cada vez más.

“Hablamos a todos lados, nadie pudo venir, necesitamos una ambulancia para que recoja una niña de 12 años que está ardiendo en fiebre”, declaró el sábado por la tarde una enfermera que trabaja en la Pastoral Indígena Caritas de la ciudad, prefirió dejar su nombre en reserva, pero tuvo que acudir a amigos y personas particulares, para que la ayuden a llevar a esa menor a un centro de atención.

“Es trabajo, tenemos que hacerlo, nos da miedo, pero necesitamos trabajar”, nos dice uno de los sepultureros, el más jóvenes, cubierto enteramente por un traje de bioseguridad y barbijo, se queda siempre en la entrada del cementerio.

Este último sepulturero se queda siempre en la entrada, esperando para recibir a las familias que desean enterrar a sus seres queridos, sin ritos pomposos, reducidos en número, un hoyo en la tierra y una cruz de madera, con suerte un nombre pintado en ella, solo eso y nada más.

Ya de camino a Trinidad, vemos pasar un carro negro con el nombre de una funeraria pintado al costado “será el séptimo del día”, pensamos.

Pagina Siete

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