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¿Puede Bolivia ser otra Venezuela?

“¡No, imposible!”, puede que sea tu primera reacción. “Nosotros somos diferentes”, la segunda. “Ya hemos echado al tirano que quiso eternizarse”, la cuarta. “Después de la rebelión de noviembre de 2019, ningún político se animará a instalar una dictadura en Bolivia”, puede que sea tu respuesta de remate.

Déjame decirte que los gobiernos totalitarios suelen aprovechar justamente la excesiva confianza de gente, como tú, que cree que Bolivia nunca se convertirá en otra Venezuela. La excesiva confianza suele relajar los sistemas racionales de alerta y ralentizar incluso los instintos que prenden las luces rojas ante el peligro.

La confianza convertida en petulancia impide detectar a los dos tipos de políticos totalitarios: 1) los que casi nunca anuncian sus intenciones; y 2) los que son fanfarrones y gritan sus ambiciones a los cuatro vientos.

Los primeros van pasito a pasito como para hacer creer que nunca llegarán a ser lo que algunos con mejor olfato político advirtieron el futuro que parecía imposible. Los segundos suelen ser poco creíbles por habladores y suelen ser menospreciados por parecer sin luces como para alcanzar sus objetivos.

Para graficar cómo lo imposible puede convertirse en posible, transcribo un testimonio de un alemán sin consciencia política que vio y consintió el ascenso del nazismo pese a que él se preciaba de ser persona con estudios:

“Vivir este proceso no equivale en modo alguno a ser capaz de percibirlo. Trate de entenderme, se lo ruego. Cada paso que se daba era tan pequeño, tan intrascendente, tan bien explicado o, en algunos casos, tan ‘generador de remordimientos’, que a menos que uno estuviera desligado de todo aquello desde el comienzo, a menos que uno entendiese lo que (…) todas esas ‘pequeñas medidas’ dignas de todo alemán patriótico provocarían en el futuro, no veía más que la evolución del día a día, como un campesino que ve el maíz crecer en sus tierras.

“Y entonces, un día, cuando ya es demasiado tarde, se vienen a la cabeza todos tus principios si es que alguna vez los tuviste. La carga del autoengaño ha crecido hasta hacerse demasiado pesada, y un incidente sin importancia —en mi caso, el de mi hijo, un crío muy pequeño, diciendo ‘cerdo judio’— hace que todo se venga debajo de repente; y entonces ves que todo, absolutamente todo ha cambiado, y que lo ha hecho delante de tus narices” (texto citado en Milton Mayer, “Pensaban que eran libres: los alemanes”).

Al totalitario no se lo reconoce por su filiación de izquierda o de derecha, sino por sus acciones orientadas a imponerse y exigir obediencia, aunque para ello viole límites legales, rebase contemplaciones éticas, aplaste derechos humanos y anule toda posible restricción de razón democrática.

Los venezolanos, cuna de los libertadores de América (Simón Bolívar y Antonio José de Sucre), tampoco creían que iban a ser sometidos por el chavismo desde febrero de 1999 hasta la fecha, 22 años.

“Nunca pensé que íbamos a preferir dejar el país en lugar de combatir contra la dictadura”, me dijo una periodista venezolana, en un viaje a Tokio. “Muchos menospreciaban a Maduro, creían que no era como Hugo Chávez porque apenas había acabado sus estudios y que pronto iba a caer, pero sigue en el poder desde 2013”, me comentó un ciudadano venezolano que suele pedir limosna en El Prado paceño.

Como escribí en el #TinkuVerbal del pasado domingo, este tipo de gobernantes suelen hurgar las bajas pasiones, explotar los miedos, encender las ambiciones, cambiar el pasado para controlar el futuro (su futuro) y manipular a sus atribulados seguidores de que llegó la hora de ajustar cuentas con “los enemigos”, supuestos causantes de su desgracia.

El gobierno de Luis Arce todavía es democrático porque es resultado de las urnas. Debe agradecer a los miles de ciudadanos que se rebelaron en octubre de 2019 y dijeron ¡basta! al jefe de su partido que no quería dejar el poder. Si no hubiese existido esa movilización, Arce nunca hubiese llegado a ser candidato y luego Presidente. Sin embargo, los actos de su administración van poco a poco en contra de las aspiraciones de la población que posibilitó su ascenso al poder.

• No acepta la reconciliación (Los enemigos fabricados legitiman las acciones antidemocráticas, ya sea en nombre de la Patria, la justicia o la misma democracia).

• No quiere jueces ni fiscales independientes (porque éstos dan un barniz de legalidad a la violación de derechos humanos y a la persecución).

• Amplía el estado vigilante (para controlar la información y a la gente)

• Va tomando los tribunales electorales.

• Pone bajo control absoluto del gobierno, no de la Constitución, a las FFAA y a la Policía.

¿Puede Bolivia ser otra Venezuela?

Andrés Gómez Vela es periodista.

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