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Incendios forestales…la guerra que perdemos a diario

(Parte II)
El incendio avanzaba. En algunos sectores era como si desplegara dedos y el avance de las llamas era desigual, mientras que en otros se veía una línea roja devorando toda vida silvestre a su paso. Según la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano, ese año se registraron al menos cinco eventos extremos conocidos como “tormentas de fuego, megaincendios o incendios de sexta generación”, cuya emisión de calor y humo llegaron incluso a la tropósfera.

“Fue un caos, porque el incendio de 2019 prácticamente nos agarró en pañales y ahora, pese a ser el tercer año, aún no se sabe quién da la voz de mando, quién coordina la participación del Gobierno nacional y los gobiernos locales, o con el Sernap (Servicio Nacional de Áreas Protegidas)”, señala Vicky Ossio.

AGUA

El método más conocido por la gente para apagar el fuego es el echarle agua, así se le quita el calor, se lo enfría y se apaga. Pero esta es la forma menos probable de apagar un incendio forestal por la cantidad de agua que se necesita.

Las mochilas de agua sirven, principalmente para acabar con las brasas, después de que se apagaron las llamas, ya que el carbón que queda en troncos o debajo de las cenizas, puede volver a encenderse si sopla un fuerte viento. Para ello, primero se mueve un poco el rescoldo y luego se chisguetea. Se puede decir que después de este trabajo de «remoción» recién se elimina totalmente el fuego. Con un avión cisterna se puede controlar el avance del fuego, pero se requiere igual del apoyo humano en tierra para dirigirlo y terminar con incendios menores.

Si el incendio es muy fuerte, la humedad del ambiente y de las plantas se evapora. Las fuentes de agua de las áreas protegidas quedan muy afectadas, muchas desaparecen y las que quedan se contaminan con cenizas y afectan a las especies de animales que habitan en el lugar o a los que viven en el agua, como yacarés, anfibios, entre otros.

A estas fuentes acuden los mamíferos que sobreviven, pero no hallan agua para saciar su sed. Por ello, desde hace tres años que Senda Verde procura dotar líquido a estos lugares para los animales que retornan a su hábitat. Primero se colocaron medios turriles con agua, pero los chanchos troperos los destruían. Luego empezaron a llevar cisternas para llenar las pozas de agua. Eso funcionó, aunque no faltaron personas que, en su afán por combatir los incendios, usaron esta agua para recargar mochilas.

En un principio se trató de atrapar a los animales para protegerlos, pero fue difícil. Hubo pocos lugares para custodiarlos y menos condiciones para atenderlos adecuadamente. Ossio afirma que lo peor es sacar al animal de su hábitat.

“El primer mes había muchos animales atropellados, eso porque se permitió el ingreso indiscriminado de personas, de jóvenes. También nos enteramos que había gente al otro lado del camino con escopetas para cazarlos o matar a las mamás y quitarles las crías para venderlas. Aprendimos muchas cosas, como que en el momento del incendio es difícil encontrarlos, se asfixian o se queman, solo los más rápidos logran escapar, las aves logran volar y hay que esperarlos o buscarlos, post incendios”, dice.

El guardaparque Ricardo Barberi alertó sobre esta situación a través de un video difundido en redes sociales en 2020. “La fauna está sufriendo, los cuerpos de agua y lagunas que había se han secado, es preocupante la situación. La anta, el ciervo, el ocelote, el oso bandera, muchos animales sufren porque los pozos están contaminados. Urgentemente necesitamos cisternas para trasladar agua a lugares estratégico. Se necesita veterinarios. Los lagartos están muriendo por falta de agua, cada día mueren de 20 a 30 lagartos, si caminan 10 kilómetros en busca de agua se van a morir”.

El riesgo era evidente. Senda Verde también colocó alimentos, semillas y hasta carne en torno a las pozas, para los animales que lograran llegar a ellas después del paso del fuego. Ossio propone a las autoridades cavar otras pozas en estas áreas protegidas y llenarlas con agua, como medida de seguridad ante posibles futuros incendios.

Aún hoy se rescata animales sobrevivientes de los incendios forestales, muchos atrapados por gente que intentaba domesticarlos, en contra de lo que señala la norma. Esta organización custodia a alrededor de 100 individuos desde 2019. Asimismo, brindaron cursos sobre incendios y talleres para el cuidado de las abejas a varios grupos de guardaparques, quienes además de ser los primeros en responder y enfrentarse al fuego, son los que menos descansan, no se retiran ni hacen turnos. Son los que más trabajaron en los incendios forestales los últimos tres años.

MILAGRO Y OLVIDO

En 2019, a medida que pasaba el tiempo, el Gobierno minimizaba la situación a puertas de las elecciones nacionales, y cada día era una derrota para los bomberos y voluntarios.

“Muchos que llegamos del occidente a combatir los incendios en el oriente boliviano, no estábamos acostumbrados a hidratarnos tanto, los primeros días era muy importante hacer beber al personal de la brigada cada hora, con uno o dos vasos de agua para evitar golpes de calor y terminar desmayados”, comenta el bombero voluntario.

Además, ante la intensidad del trabajo, era posible que los horarios de alimentación y descanso variaran a diario. “Hay ocasiones que te da el tiempo para comer el almuerzo al medio día y otras no comes hasta retornar al campamento. Por eso siempre se trata de tomar un buen desayuno para no tener mucha hambre el resto del día”.

Con este trabajo, es importante que la gente se encuentre en buen estado de salud, porque con el trabajo el cuerpo pesa, las piernas pesan, el calor desgasta, la ropa sofoca, mientras el humo asfixia y el cansancio quita lo último de un aliento que hierve en los pulmones. Así no se pude pensar y estar alerta. En poco tiempo la fuerza de voluntad se socava, mientras el fuego escapa y roba más almas de animales, árboles y plantas.

“Hemos visto fuego rastrero que avanza entre las raíces de los árboles y parece que encima no hubiera pasado nada, hemos visto cómo el incendio atraviesa sobre el agua, salta de un lugar a otro… No, son cosas que a veces no se podrían creer”, dice Cabarera.

Y recuerda un fenómeno extraordinario. Aquel agosto de 2019, con batallas perdidas a diario, reportes de rebrotes de incendios en lugares donde ya se los había apagado, más los hallazgos de animales muertos, de personas heridas y de los primeros fallecidos, la gente llevaba el ánimo por los suelos.

Llegaban ofertas de bomberos y de gobiernos externos para ayudar a Bolivia. El Ejecutivo se negó a declarar el “desastre”, pero decidió alquilar un avión cisterna. El biólogo recuerda que el anuncio causó expectativa y por ello llegó mucha gente “unas 300 personas de golpe”, cuando ya había unas 2.500 en tareas de combate y apoyo logístico.

“Los militares quisieron dirigirlo todo. Nosotros estábamos trabajando con un grupo de capellanes que entraron de Brasil y eran bomberos forestales. Ya habíamos apagado un sector cuando el Súper Tanker lanzó el agua y no apagó lo que se supone tenía que apagar, más bien con el golpe de fuerza saltaron tizones y el fuego volvió a encender lo que habíamos apagado”, recuerda.

Era peligroso. Entonces todos decidieron abandonar el lugar antes de que el fuego se expandiera. Así llegaron a la carretera. “Ahí estaban varias personas, se estaban colocando colirio, se daba agua a los soldados, entonces estos brasileros dijeron: vamos a orar, que Dios nos libre del fuego. No le miento, estaba todo con sol, y entre lo que estábamos orando, empezó a nublarse y ya cuando salíamos del parque en los vehículos empezó a llover, a granizar. Estábamos alegres, eufóricos. El respirar el olor a tierra húmeda era un olor a esperanza”, dijo.

Aunque el incendio se fortaleció nuevamente tras la lluvia y el avión cisterna no logró grandes avances, la gente recobró fuerzas suficientes para continuar la lucha e incluso volver el mismo año, al siguiente y al subsiguiente para combatir y, si no apagar, al menos reducir el daño que causan los incendios forestales.

En Bolivia aún se aprende. Se alarga la jornada de trabajo por las noches, hasta la madrugada. Se busca zonas seguras para descansar, después de haber caminado al menos un par de horas desde el frente de ataque hasta la carretera, a través de montes o planicies donde no hay ni senderos, para no tener que retornar otras dos o tres horas hasta el campamento, más aún en un lugar donde el transporte escasea y donde la gasolina llegaba como un insumo más de ayuda para la movilización de la gente.

A los incendios de 2019, 2020 y 2021 acudieron muchas personas a quienes realmente les importa la flora y fauna y eso fue lo más grato para Marbel Flores: encontrarlos, conocerlos y unir fuerzas y esperanzas. Sin embargo, es triste que a pesar del desastre haya incluso falsos grupos de bomberos que lucraron con la buena voluntad de los ciudadanos y se llevaron equipamiento o incluso dinero.

La guerra continúa. Los incendios y quienes los inician se alimentan de la indiferencia de las autoridades, de la falta de inversión del Estado en sistemas de prevención y la falta de proyectos de fortalecimiento para el voluntariado, la Policía y los guardaparques; se alimenta del cansancio de los medios de comunicación que dan poca cobertura a esta realidad que consume los mantos naturales de Bolivia, porque pese al desastre, una hectárea más que se quema ya no es noticia.

Por su parte, la naturaleza resiste. Una evaluación realizada por la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano en 2020 destaca, entre sus conclusiones, “un notable proceso de regeneración caracterizado por el reverdecimiento de arbustos, gramíneas, rebrotes de arbustos y de árboles”, algunos con un verdor muy intenso. Con el uso de drones también hallaron hormigueros activos, huellas de mamíferos sobre cenizas, retomando sus rutas de tránsito, heces frescas sobre áreas quemadas.

Los estudios sobre los efectos de los incendios en 2021 aún son elaborados por varias instituciones. Sin embargo, se adelanta que parte de las conclusiones serán las mismas, empezando por la necesidad de incrementar el control y la ayuda para evitar o prevenir los incendios, para quitarles el combustible, el oxígeno o el calor con el fin de extinguirlos, para ayudar a la fauna y flora afectadas, para rehabilitar las condiciones de vida de cientos de especies.

Flores pide: “Debiera haber sanciones fuertes contra quienes inician los incendios y un mayor apoyo a los guardaparques, desde maquinaria o una cisterna para cada área protegida, hasta equipo de protección personal, porque ellos están en primera línea y si pueden controlar un incendio cuando apenas inicia se evitarán estas grandes pérdidas”. (Última parte del reportaje elaborado por Mirna Echave Mallea-Revista Inmediaciones www.Inmediaciones.org, obtuvo el segundo lugar en el concurso nacional organizado por Conservación Internacional).

El Diario.

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